“Perdona es que yo caminaba por aquí y en tu alcoba vi la luz, perdona la actitud…”
Nada que perdonar, Luis Alfredo, que Cristal está empañada de tanto esperar! Ella que era hija de quien no sabía, su madre que la empleaba sin saberlo, él que era hijo adoptivo de la madre… Uno más uno, tres...
Y nosotras que no nos perdíamos un solo capítulo y coreábamos en los recreos la letra que nos unía en ese fuego que se encendía todas las tardes en la pantalla del canal nueve de Romay. “De noche sueño cosas prohibidas con Carlos Mata” dijo R. y aunque sabíamos que no correspondía pensar en “Eso”, no podíamos evitar admirar su valentía al confesar lo que nadie más se atrevía a decir.
Las mañanas antes de izar la bandera se desgranaban en los detalles de lo ocurrido en la tarde anterior. Siempre había alguna que no había visto y muchas otras que, como yo, queríamos revivir algo de las llamas ardidas en acento venezolano. Había quienes recortaban la foto de él para pegar en la carpeta, otras que escribían declaraciones en el diario íntimo resaltadas con marcador flúo…
Lejos quedaron esas épocas, pero ay, Luis Alfredo, ay Carlos Mata, ¡cómo olvidarte!, nuestra vida eras tú y solamente tú, todavía esperamos para que nos abraces y veas que aún en nuestro ser hay fuego que apagar.
La muestra sobre el fuego
La ciudad de Turku tuvo un incendio en 1827 que la destruyó casi por completo. Un verano demasiado seco, sistemas precarios para apagar el fuego y mucha gente que había ido a otra ciudad a hacer compras... La exposición “Fuego” en Logomo (Turku) toma ese tema como puntapié para una muestra temporaria.
Para entrar a la exhibición hay que atravesar una sala oscura en donde se proyecta un corto con personajes dibujados. La historia del fuego sucede en dos paredes enfrentadas y se invita a los visitantes a un juego de sutilezas en donde no hay palabras pero sí mucha línea negra y diferentes fuegos naranjas. La magia está planteada y pasar a la sala principal es un deseo de todos.
Adentro hay un gran salón con distintas ofertas. Hay un carro de bomberos antiguo que larga agua de verdad, en una sala se puede probar a encender fuegos con piedras y maderas, en otra hay una réplica de una calle antes y después del fuego, en una alfombra se puede jugar a rescatar a la gente que salta por las ventanas, en una esquina se ven algunas de las cosas que se rescataron del incendio. Hay un despliegue muy grande de interactividades que invitan a participar en cada espacio. Siempre hay algo para leer y hacer. Además de las salas que se relacionan directamente con el hecho histórico hay otras que rodean el tema del fuego y los incendios… se puede entrar a un camión de bomberos actual, escuchar canciones que hablan del fuego en distintas partes del mundo, entrar a una sala en donde se hablan de los distintos significados de la palabra “fuego”, armar una tapa de revista…
Muchas de las propuestas son maravillosas y sugerentes, me gusta que me pregunten qué salvaría de un incendio y que me ayuden a pensar que infierno y purificación usan la misma metáfora, también ver la recreación de la casa antigua y probar a encender el fuego, pero a pesar de que participo en cada actividad salgo con un sabor extraño…cómo si me quedara con las ganas de algo o con demasiado de todo…
El problema de la selección
No queda claro si se habla del incendio de Turku o del fuego en general, me pregunto para qué escuchar a Lolita Torres cantándole al fuego y para qué armar una tapa de revista...Siento algo de ruido en la exposición, como si hubieran querido abarcar la mayor cantidad de temas y de significados.
Pienso que una muestra temporaria funciona como un cuento corto, sin el tiempo de la novela para el desarrollo profundo de personajes y escenarios. Es por eso que tal vez es importante animarse a abandonar lo que esté de más. Como dice Cecilia Bajour (1) sobre la literatura:
“No decirlo todo. Insinuar. Sugerir. Callar. Mostrar a medias. Todo arte se vale de este delicado equilibrio entre lo que dice y lo que calla. Entre lo que muestra y lo que oculta.(…) En todas esas decisiones hay una representación sobre el lector. ¿Cuánto se le dice y cómo? ¿Qué riesgos depara la medida del decir y del mostrar para la historia, el poema, la imagen? ¿Qué consecuencias tiene para el que lee y qué se espera de él? ¿Cómo se hace para que lo sugerido no signifique un abismo insalvable en el diálogo entablado con el lector y sí un horizonte hacia donde se puede caminar construyendo sentidos? ¿Dónde está el borde que marca
el exceso en el decir y el mostrar?”
el exceso en el decir y el mostrar?”
Poder entender la muestra como una pieza de música o un cuento es pensar también en adagios, climas, ritmos, texturas. Es pensar que en la selección habrá una idea y que el diálogo entre cada una de las “escenas” que se deciden mostrar permitirá volver sobre ese concepto y/o emoción desde diferentes miradas. Creo en la potencia de un movimiento hacia adentro con la paráfrasis y la veladura como leyes. Volver a decir, darle vueltas a la cosa, añadir capas de significado, para que no salgamos de las muestras como paseantes distraídos sino como “iniciados” que acaban de caminar sobre carbón ardiente para conocer algo que no sabíamos de nosotros mismos.
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