"¿Qué tanto será?" Canción de Violeta Parra
Animación Vivianne Barry
Y una se cruza con el amor y se queda ahí hecha un ruido,
aterida de la noche y aterida de la vida.
Y el terror aprovecha la volada y ocupa todos los sillones de la casa.
Y una se lo queda mirando y quiere sacarlo a escobazos,
pero apenas le sale una voz como de sopa.
Por eso una elige el silencio y se queda quieta
esperando que se vaya por alguna ventana
o se disuelva en algún vaso con agua.
El Museo de la Inocencia es un libro de Ohran Pamuk y también un museo.
Curiosamente el museo fue imaginado antes que el libro. Este año ganó el premio al museo europeo del 2014. ¿El tema? El amor. Pero no un amor de estampita. Más bien un amor que tiene poco de inocencia.
Paso 1
Estoy frente al museo. Ya sé que es una casa que compró el mismísimo Ohran Pamuk en el barrio de Estambul en donde transcurre la novela. Empiezo a leer el libro en la calle. De pie. Con el cuerpo bien recto. Las primeras letras en voz alta y el resto murmuradas. De repente escucho que lo de adentro me llama. Cierro el libro. Entro con paso lento y como de sacramento. Sé que voy a olvidar mi nombre una vez que las voces me envuelvan. Apoyo el ejemplar en el piso y dejo evidencia de que antes fui alguien que leía y que está a punto de desaparecer.
Paso 2
Uso cámara de fotos para captar cada gabinete. A algunos les saco varias fotos, especialmente a los que hablan de la rabia y a los que marcan el paso del tiempo.
El de la nena andando en triciclo lo miro nada más. Sé que no voy a poder captar lo que veo y prefiero quedarme con lo que mis ojos recuerden.
En mi cuaderno de notas escribo un propósito: "Armar una escenografía con mis recuerdos en la pared del living de mi casa, de algo tienen que servirme los papeles de chocolates regalados."
Paso 3
Me robo algo del museo. Como el protagonista del libro,
saco algo que no me corresponde.
Lo escondo en la manga de la camisa.
Me hago la disimulada para que nadie lo note y caminocomo mirando las repisas.
Asiento frente a algún cartelito y comento con algún guardia lo maravilloso que es todo.
Que me encanta el lugar, que me fascina, que me enamora.
Nadie va a sospechar si soy capaz de esconderme a la luz del día. La clave para no ser descubierta es dejarlo todo al descubierto.
Paso 4
Colillas de cigarrillos fumados por "ella" |
Lloro por amor un rato. Por los desencuentros y las pérdidas. Por los gritos y los silencios eternos. Por las dudas y los acantilados. También lloro por la inevitable humanidad que sufrimos los amantes.
Esa desamarañez a la que estamos condenados y que nos acerca tanto a los muñequitos rotos del fondo de cajón de juguetes. Dejo en el libro de visitantes una nota: "El museo es lindo, pero no se ve la inocencia prometida en ningún lado. En la tienda deberían venderse pañuelos de tela para quien necesite secarse las venas"
Paso 5
Repito el recorrido para volver a ver. Paso otra vez por los lugares favoritos y trato de aspirar lo que hay en el ambiente. No quiero salir. Aunque sé que la realidad es la otra, no quiero ir afuera. Prefiero quedarme en ese espacio donde los miedos quedan guardados en gabinetes. Pienso que tal vez pueda creerme que son historias de otros y que la mía no se le parece en nada. Pero fracaso en mi intento. De pronto unas llaves colgadas se me transforman en lluvia y me doy cuenta que mi yo ya se escapó por una rendija. Suspiro y me aprieto a mi bolso. En el tranvía vuelvo a acordarme de la boleta de luz que no pagué y de los regalitos que tengo que comprar antes del avión.
Paso 6
Al llegar a casa llamo
a mi amiga Silvia Paz
(esa que sabe cómo hacer para que los frascos
o los botones se conviertan en cuento)
y le muestro las fotos
del museo.
Repito el recorrido para volver a ver. Paso otra vez por los lugares favoritos y trato de aspirar lo que hay en el ambiente. No quiero salir. Aunque sé que la realidad es la otra, no quiero ir afuera. Prefiero quedarme en ese espacio donde los miedos quedan guardados en gabinetes. Pienso que tal vez pueda creerme que son historias de otros y que la mía no se le parece en nada. Pero fracaso en mi intento. De pronto unas llaves colgadas se me transforman en lluvia y me doy cuenta que mi yo ya se escapó por una rendija. Suspiro y me aprieto a mi bolso. En el tranvía vuelvo a acordarme de la boleta de luz que no pagué y de los regalitos que tengo que comprar antes del avión.
Paso 6
Al llegar a casa llamo
a mi amiga Silvia Paz
(esa que sabe cómo hacer para que los frascos
o los botones se conviertan en cuento)
y le muestro las fotos
del museo.