Tres voces distintas que salían sopladas de labios distintos y que sonaban de manera distinta. Que se organizaban en torno a ritmos distintos y que tenían volúmenes distintos. Grave, agudo, soprano, soprano, grave, tres maneras de entibiar la palabra para que llegara a punto a los oídos de ese niño que no sabía todavía que no iba a poder abandonarla nunca.
Los relatos no empiezan nunca en la escuela. Tampoco cuando se aprende a leer. Arrancan con las historias cotidianas de las casas y con los arrullos de la noche. Desde que nacemos escuchamos relatos en forma de anécdotas y de canción infantil. Aunque no sepamos todavía lo que dicen las palabras, sentimos las emociones con todo el cuerpo. Entendemos de qué viene el relato y nos dejamos tocar por cada frase.
Los cuentos nos vienen de lejos y tienen sabor a abrazo.
Como si fueran en sí mismo un fuego, los cuentos tienen que ver con el calor y la calma del final del día.
Cada vez que escuchamos un relato
dejamos afuera los problemas
y nos abrigamos con los mundos lejanos,
somos campesinos sentados cerca del hogar después de las faenas del día...
Nos dejamos atravesar por la palabra
para que nos proteja y nos transforme,
nos devuelva la temperatura
y nos anime a ser diferentes.